Solitario George se dirigió a la verja oculta entre arbustos ocres, se tenía que dar prisa, su precioso Mustang clasico 1967 de color negro mostraba sendos boquetes del lado derecho, sus cristales eran de un verdoso claro indicativo de un ligero blindaje.
Pensó en romper el candado a disparos, pero eso hubiese sido demasiado peligroso, las calles estaban desiertas y silenciosas lo que hubiera alertado a sus seguidores, pensó en amarrar un cable a la defensa del carro, pero eso dejaría descubierta la entrada.
Buscó desesperadamente entre los asientos y guantera, pero no había nada con que abrir la cajuela que doblada por impactos de una escopeta no se abría.
Todavía no se prendían las luces del alumbrado público, pero sabia que había cámaras y sistemas de seguridad, conocía los puntos ciegos de cada uno, la forma en que las compañías de seguridad las ubicaban, los espejos, los sensores, generalmente sin guardias que eran centralizados en empresas de seguridad, en vez de enfocarse en las casas o sus garajes, localizó en el patio de una de las casa un pequeño almacén de madera para las herramientas de los empleados mexicanos que tenían algunos de estos ricachuelos para cuidar el césped.
Rompió fácilmente el candado, localizó varios candidatos a abrirle el maletero, conformándose con desmontar los tubos de la agarradera de la podadora asida con tornillos, jalo hasta que cedió y de un fuerte tirón separó los tubos unidos por el asa.
Sintió un fuerte golpe que le cimbró de los pies a la cabeza, cayendo pesadamente entre los cachibaches del sitio, el cuidador mexicano, hablando en su inentendible español, le sentó un derechazo al estómago gritando e insultando, fue difícil incorporarse, tuvo que luchar sólo para salir del pequeño almacén y midiendo 1.80m ese pequeño hombre lo zarandeaba con sus brazos que apenas si lucían, pero como solía ver en las peleas de Box en el Cesar Palace en las Vegas, estos mexicanos de pueblitos marginales tenían un gancho y dureza natural temible.
Ante la paliza no dudo en cortarle la garganta de tajo en un movimiento rápido cuanto tuvo la oportunidad, cosa que proyectó al sujeto al piso, mientras los ladridos de los perros iban apareciendo en las vallas cercanas, el hombre todavía le lanzo un par de patadas antes de someterlo y quebrarle el cuello.
Adolorido, tomo la varilla y se dirigió al lugar donde su Mustang se encontraba, casi doblada, logró abrirle el maletero, buscó en la oscuridad y sacó la llave, el cerrojo no cedió con facilidad gracias a la herrumbre en su "acero inoxidable", metió el carro empujándolo y cerro la verja cuidando de poner los arbustos en su sitio.
Metió además una cadena nueva que tenia en su maletero asegurando sólidamente la parte superior de la reja.
En la caja de herramientas del maletero había una bolsa, notó que la electricidad disminuía, incluso esperaba que las cámaras protegidas por elaborados sistemas de tierra se fundirían cuando el pulso se disipara en la estratosfera, abrió un garaje en el patio rodeado por enredaderas, escuchó los pasos de alguien, sin titubear se encerró poniendo los seguros, se puso un traje de plástico que envolvía todo su cuerpo, cubrió su cara con una mascara con filtros biológicos.
Quito un tapete que ocultaba una entrada de piedra muy pesada con bisagras de metal en el suelo, misma que jaló sin mucha dificultad gracias a un mecanismo neumático que poseía, donde una escalera se perdía en las oscuridad.
Un sonido, como un aullido de una bestia se escuchó en la verja, llamando su atención, la malla de acero era agitada con frenética labor, Solitario George se apresuró tomando varios objetos y metiéndolos en la bolsa.
El gas ya estaba enrareciendo la atmósfera, casi por los pelos logró entrar por la abertura del suelo, cerrando la entrada, recorriendo el seguro que tenía la cubierta.
Al llegar al fondo pulsó un botón de plástico que lanzó un liquido incoloro y espuma que bajó por las paredes, llegó a una puerta al final del pasillo con aislante plástico como las que encontraría en los submarinos con un mecanismo de apertura circular.
Un ascensor era lo único que podía verse, el agua empezó a inundar la sala así que se apresuró a cerrar el acceso, el ascensor lo llevaría a una sala de desinfección que le tiró líquidos en suspensión, tirando su traje en un compartimiento.
Colbert, su contacto, se encontraba del otro lado con su mirada burlona que siempre Solitario le odió.
Al fondo una decena de pantallas conectadas a las cámaras externas mostraban imágenes difíciles de creer si Solitario George no hubiera visto cosas parecidas con anterioridad.
El nuevo 11 de Septiempre se mostraba en la pantalla y él volvería a hacer de las suyas.
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