Pift!, sonó la pistola del Teniente Ramirez, quien disparó holgadamente siete tiros que impactaron en su blanco sin mucha dificultad, el primero de aquellos pobres diablos saltó por el portón casi hasta increíblemente pararse en la línea de la guía donde se enredo con los cables, la cabeza fue atravesada en el ojo y la nariz por balas 5.56, aunque el retroceso era penoso con el silenciador, sacado de balance por sus otros acompañantes, calló para darse directo en la cabeza que se despedazó como una sandía.
La mujer que le siguió era una oficinista rubia que tenía desgarrada la ropa y el suéter empapado en sangre, sus lentes rojos apenas dejaban ver sus ojos inyectados de sangre, su corbata era de lo más grotesco, apretando anormalmente el cuello. El suboficial Reimond sonrió cuando uno de los senos de la pobre mujer salía colgando entre los jirones.
Le disparó en ambos senos y remató con un tiro en la cabeza que la tiró sobre la barandilla en la que quedó atrapada la corbata, mientras se retorcía en contracciones terribles, la lengua salía amoratada en una pronunciada curva, mientras la saliva espesa y blanca se desliaba lentamente por su garganta.
Reimond ni se inmutó sólo se limitó a señalar con su dedo medio en dirección Ramirez, quien apenas si le puso atención.
Al tercero le atiné a dar en el pecho dos veces, cayó al suelo furioso, el único sonido que se escuchó fue el de sus huesos del brazo derecho romperse.
Quiso volver a retomar el portón, pero sus intentos fueron infructuosos, se abalanzó encolerizado a las piernas de la chica tendida de su corbata sobre las varillas que refuerzan el portón, esta se convulsionó en un rictus de dolor, otros se movieron y mordieron las piernas, hasta que un líquido amarillezco y rojizo salió.
La corbata se soltó y su cuerpo golpeó sobre la muchedumbre, que al quitar los jirones que tenía por ropa, empezaron a devorarle, esta se retorcía hasta que a uno de aquellos infortunados asesinos le soltó una roca grande de pavimento a mitad del tronco, que le desprendió la cabeza y una gran porción de la caja torácica.
Nadie disparaba, contemplado el acto de un grupo de criaturas que ya nunca podrán ser humanas otra vez.
El camarógrafo Tim Stuart no daba crédito, comprobando que la grabación seguía, no pasó mucho hasta que el ruido de un carro desviara a toda esa ingente tras el sonido.
Cuando regresó el Sargento Armando ordenó taponar con los autos de las bodegas los portones, pero al intentar cumplir la orden un grupo de los que quedaron dentro se abalanzó sobre la puerta de la bodega tirándose uno ellos sobre mí, yo alcance a retroceder pero me mordió en el brazo, aunque sus mordidas no atravesaron el traje táctico, Reimond se retiró asustado, porque sólo traía el chaleco antibalas dejando sus brazos al descubierto, dejándome a mí ya uno de los técnicos de la estación a suerte de estas bestias.
La SIG SG se escurrió por el suelo, me deslice empujando frenéticamente cuando uno me aferraba las piernas, hasta que pude incorporarme y salir corriendo, el técnico se subió sobre una Van, pateando o empujando a sus seguidores, uno de ellos tomó el arma e intentó disparar, aunque esta tenía el seguro, el sujeto no reparo en aquel detalle. Entre cuatro del escuadrón abatieron con silenciador a los perseguidores que nos arrinconaron cerca de las escaleras del edificio de mantenimiento, el resto les disparó a quema ropa en la cabeza desde los lados, pero aún seguían moviéndose.
Quemamos sus cuerpos con diésel al interior de la explanada y el intenso olor lanzó una densa capa de humo negro que ennegreció la fachada de una de las bodegas.
Me fui directo sobre el imbécil de Reimon alcanzándole a dar en el estómago con el botín, colérico, intentó darme con su puño izquierdo, pero el Sargento se abalanzó sobre él y otros me aferraron del brazo.
El hijo de perra se limitó a alzar su brazo mientras lanzaba dedicatorias.
Tomé el rifle y noté que la boquilla estaba ligeramente curvada, que suerte.
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